Rescate apuntes y conferencias impartidas en la sede del grupo Psique (Madrid)
en las décadas de los 70/80
(Continuación de Melanie Klein V)
Para comprender como se inician
estos procesos, la Sra. Klein, a diferencia de Freud, ha considerado la
existencia del yo des el comienzo de la vida postnatal. Piensa, que es el
propio instinto de muerte el que posiblemente lo hace surgir a la actividad,
siendo, ante sus amenazas, el instinto de vida el que va instrumentando al yo.
Es curiosa esta concepción
kleiniana de que sea el propio instinto de muerte el que obligue al instinto de
vida a instrumentar la instancia que conocemos como “yo”. Es a través de este
yo, de quien corre la defensa fundamental de la vida, como también su capacidad
de amar y de integrarla.
Sin embargo, existe otra
tendencia defensiva inicial opuesta a la integradora; se trata de la capacidad
de escindir o separar entre objeto bueno y objeto malo. Dejaremos para el
próximo día tratar la posición esquizo-paranoide, limitándonos hoy a considerar
que tanto esta función defensiva de escisión, como la capacidad posterior de
integración, solo van a tener éxito si el yo tiene cierta capacidad de amor.
Aunque la situación parezca
paradójica y las funciones antitéticas, se pueden comprender los hechos si
tenemos en cuenta que el crecimiento progresivo del yo, solo puede ser posible
si en su núcleo central se instaura un objeto bueno, no en dispersión, sino
sólidamente arraigado, y que para esto ocurra, ha sido necesario una previa
escisión entre el bien y el mal. (Podríamos también decir, entre lo aceptado y
lo no aceptado).
La envidia excesiva borra estos mecanismos,
borra la diferencia entre aceptable e inaceptable, entre el bien y el mal. Otra
veces, y como defensa frente a los impulsos envidiosos y destructores, se hace
una división excesivamente profunda entre lo bueno y lo malo, pasando esto
último a ser malísimo, mientras que lo bueno queda idealizado.
Cuando la idealización es
excesivamente manifiesta, ya tenemos un índice manifiesto de que la fuerza
impulsora principal no es la capacidad de amar, sino la persecutoria. Pues, en
efecto, debajo no se encuentra la capacidad de amar, sino la necesidad de
defenderse contra el pecho devorador. Por eso no hay que extrañarse de que para
muchas personas, la incapacidad y hasta la justificación para no tener un
objeto bueno se encuentre en una excesiva idealización. Nada podrán amar, ni
ser, porque nada es suficientemente bueno.
Pero es que aún estos objetos, aparentemente preservados en la
idealización, corren peligro, porque la envidia con su efecto corrosivo, se
extiende a todo objeto posible.
Las relaciones con personas o
cosas tienden a ser desbaratadas, pues, a la hora de la verdad, no existe nada
que esté a la altura ni de lo esperado ni de lo exigido, y con facilidad
extrema las personas idealizadas pueden convertirse en perseguidoras. Esta
nefasta evolución de la envidia la encuentra Melania Klein muy relacionada con
el surgimiento precoz de la culpa.
Considera esta autora que una de
las fuentes más profundas de la culpa está siempre ligada a la envidia del
pecho nutricio y al sentimiento de haber destruido su bondad a consecuencia de
los ataques perpetrados por la envidia.
Por otra parte, otra de las
consecuencias de la envidia excesiva es, en opinión de la Sra. Klein, la
aparición precoz de los deseos y tendencias genitales. Cree que la ausencia de
una adecuada gratificación oral, empuja al bebé, demasiado pronto, hacia una gratificación
genital. Y el resultado no es excesivamente óptimo, porque, por una parte se
genitaliza la región oral, pero por otra, se oralizan las tendencias genitales
cargándolas de resentimiento y ansiedades orales. Esta genitalidad, que como
compensadora de la oralidad así se implanta, es muy insegura, y, de hecho,
desde el principio socavada.
Un poco más adelante y cuando el
bebé alcanza la posición depresiva, su yo va siendo más capaz de enfrentarse
con su realidad psíquica, y entonces puede sentir y comprender que parte de la
maldad del objeto se debe a su propia agresividad. Esta percepción, cuando
afortunadamente se tiene, es la causa de culpa y dolor, pero también es cierto
que crea alivio y esperanza que hacen menos difícil el soportar la integración
de los objetos buenos y malos, tanto externamente como dentro del propio bebé.
Los celos, a su vez, tienen una
vinculación muy directa con la envidia. Están basados en la rivalidad con el
padre y caracterizan los primeros estadios del complejo de Edipo. Este complejo
según Melania Klein, y a diferencia con Freud, surge a la vez que la posición
depresiva, de los 3 a los 4 meses de vida.
Es creencia kleiniana que todo el
desarrollo edípico está fuertemente influenciado por los fenómenos emocionales
ocurrido en los primeros meses de la vida y en relación con el pecho materno.
Cuando éste ha sido muy envidiado, al llegar a la iniciación del complejo de
Edipo (y ya hemos visto que para M.K. surge muy precozmente) hace su aparición
la fantasía del pene paterno dentro del pecho de la madre, o dentro de su
cuerpo, convirtiendo en un intruso hostil. Esta es la base de la fantaseada
figura de los padre combinados, figura en extremo terrorífica, y que representa
para el niño el que ellos están siempre unidos entre si, obteniendo continua
gratificación. La envidia y los celos, para algunos enfermos graves crean tal confusión
que ya no pueden desenredar esta figura combinada, ni pueden tampoco llegar a
ser capaces de ver y entablar relaciones con cada uno de sus progenitores por
separado.
La ambición, normalmente la
podemos poner en relación con la rivalidad y competencia de la situación
edípica, pero cuando la detectamos como excesiva, se puede seguir su rastro con
facilidad hasta encontrar su origen en la envidia primaria del pecho. El
fracaso para colmar y satisfacer la propia ambición se puede encontrar entre
dos impulsos luchando entre si; por una parte el impulso a reparar, pero por
otra parte, la incapacidad para conseguirlo debido a la renovada aparición de
la envidia.
Freud ya había descubierto la
envidia del pene en las mujeres, como también los elementos agresivo de la mujer
hacia el hombre por esta posesión. Ya recordareis el papel tan importante que
en su obra “Análisis terminable e interminable” ocupa dicha envidia. Sin
embargo, para la Sra. Klein, el deseo de poseer un pene propio es secundario a
otro deseo más primitivo, que es el de internalizar el pene del padre y recibir
un niño de él. En realidad, bajo los deseos orales, el pene es estrechamente
equiparado don el pecho, y por ende, es envidiado y deseado. Pero esta
situación y un mejor conocimiento de ella ocupará nuestra atención cuando
abordemos la psicopatología.
La envidia primaria es capaz de
extenderse a todos los atributos femeninos y muy particularmente a la capacidad
de tener hijos. El hecho de dar la vida y preservarla es percibida como la
mayor dote, a partir de este hecho, y secundariamente, cualquier facultad
creadora se convierte en la causa más profunda de envidia. Menciona M.K. como
ilustrativa de esta situación la obra de Milton “El Paraíso Perdido” donde Satanás,
envidioso de la creatividad divina, decide arrebatarle el cielo. (Parece que
esta idea teológica proviene de San Agustín, para quien la vida es una fuerza
creadora que se opone a otra destructiva que es la Envidia. No es nada
infrecuente observar la aparición de la envidia en personas “despechadas” (os
llamo la atención sobre esta palabra popular de despecho) ante el hecho de que
otra persona pueda vivir sin envidia.
Pero este sentimiento que estamos
comentando origina sentimientos tan penosos que el yo moviliza poderosas
defensas en contra. Veamos algunas: La más extrema es el intento de
destrucción, en un principio con orina y heces, más adelante con actos más complicados.
Existe otro tipo de defensa que no exige la destrucción del objeto envidiado,
se limita a desvalorizarlo. Otro tipo de defensa, también muy frecuente, consiste
en la proyección de la propia envidia, con lo cual el sujeto se convierte en un
desgraciado perseguido por la envidia de otros. Otro sistema de defensa que podéis
ver frecuentemente en los niños es la de provocarla actívamente, con lo cual
parece que creen que pasan de ser envidiosos a ser envidiados. Finalmente
existe otro procedimiento defensivo que consiste en la rígida idealización de
un objeto, en parte para preservarlo de su envidia, pero también en parte para
hacer saber a los restantes humanos la imposibilidad que siempre tendremos para
rebasar nuestra vulgaridad.
No quisiera terminar los
comentarios de hoy sin añadir un comentario que se refiere al instinto de
muerte y que cuando lo estaba escribiendo no pude hacer uso de ello porque no
me acordaba en donde lo había leído. Se trata del siguiente párrafo que
corresponde a la Pág. 45 del libro de M.K. “Envidia y Gratitud”, incluido en
sus obras completas: “Porque le hambre, que es el que despierta el miedo a la inanición – y posiblemente a todo dolor
físico y espiritual – es sentido como una amenaza de muerte”. En estas breves
palabras aproxima M.K. el hambre y la amenaza de muerte. Quizás pueda pareceros
una innecesariedad este comentario, pero no creo que lo sea, como veremos en su
día, ya que en lo que se refiere a mí siempre he tenido una gran curiosidad por
el problema de los instintos.
Continuará…
Apuntes cedidos en su día por la Dra. Mª
Luisa Herrero
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