sábado, 7 de septiembre de 2013

MELANIE KLEIN V - GRUPO PSIQUE


Rescate apuntes y conferencias impartidas en la sede del grupo Psique (Madrid) 
en las décadas de los 70/80
 

(Continuación de Melanie Klein IV)

Vamos ahora a considerar otro punto muy importante dentro de la concepción de Melania Klein. Se refiere al instinto de muerte y ocupa un lugar muy importante, tanto en lo que se refiere al desarrollo del niño normal, como al del neurótico, psicótico y psicopático.

Como ya vimos cuando estudiábamos a Freud, para este, a lo largo de toda su obra, fue importante y tuvo como cierto que el origen de los conflictos emocionales se encontraba en la actuación de dos fuerzas o instintos antagónicos. En un principio, esta dualidad se identificó con el contraste generalmente aceptado entre el hambre y el amor, entre los instintos de autoconservación y los sexuales. Pero más tarde y con la publicación de “Introducción al Narcisismo”, la dualidad antagónica recae sobre los instintos del Yo y los instintos sexuales. Pero, de pronto, en el año 1920, surgen en el mismo centro del sistema de Freud, una nueva orientación. En su obra “Más allá del principio del placer” aparecen como los grandes contrincantes el instinto de vida y el instinto de muerte. Recordareis como, apoyándose en el material clínico que se recogía en las neurosis traumáticas (abundantes en época de guerra), como también en los juegos de niños pequeños (el conocido de su propio nieto) demostró la presencia de la “compulsión de repetición”, siempre ocupando un lugar en la vida y que parece no estar regido por el principio del placer.

A partir de aquí y especulando biológicamente (y también cósmicamente), sugiere, que, después de surgir un acontecimiento tan desconcertante como es la creación de la vida a partir de la no-vida, de lo inanimado, surgió también la tendencia a retornar a la condición primigenia, a retornar a lo inanimado.

Según piensa Freud, estos instintos básicos no actúan solos, sino que están siempre fusionados, siendo muy probable que, el grado de salud o enfermedad de cada individuo, estuviera en relación con la mayor o menor armonía entre las pulsiones conflictivas provenientes de ambos instintos. El instinto de vida, cuyo fin es la fusión, busca la formación de lazos con las personas y las cosas, mientras que el instinto de muerte encuentra su destino en la ruptura de toda clase de uniones, consensos y lazos.

Dentro de esta nueva dualidad, la primitiva idea de la conflictividad entre la autoconservación y la sexualidad queda corregida para considerarlas como complementarios dentro del nuevo punto de vista, de tal manera, que, según su opinión, cuando hay conflictos entre estos dos fines, no se debe a su irreconciabilidad, sino que se trata de perturbaciones en el desarrollo de cada individuo concreto. Parece ser que la suerte de cada individuo queda modelada en la mezcla, adecuada o no, de ambos instintos. Freud incidió que la manera principal con que el instinto de vida lucha contra el instinto de muerte es la desviación de este último hacia fuera, reconociendo a este mecanismo como el origen de la proyección. Es al volverse hacia fuera cuando se hace manifiesto, mientras que cuando no ha sufrido esa desviación permanece “mudo” dentro del organismo.

Melania Klein es de los pocos autores que han concedido al instinto de muerte un lugar preciso y fundamental dentro de su obra, ya que considera a la ansiedad como originada directamente en este instinto. Son los impulsos destructivos que parte del instinto de muerte los que son vividos como un verdadero peligro para el organismo. Por lo que, en realidad, la ansiedad debe ser considerada como un sistema de defensa, ya que al sentirla subjetivamente el individuo como un estado de tensión dolorosa, le impulsa a poner en marcha recursos para hacerla desaparecer. Desde este punto de vista, la ansiedad, como función protectora debe de ser clasifica al lado de los instintos de autoconservación, lo cual tiene el significado de que la capacidad innata para sentir el miedo hay que atribuírsela al instinto de vida.

También hemos de considerar, que esta pauta originada intrapsíquicamente, es la primera pauta de que disponemos para reconocer peligros, tanto internos como externos. Como es lógico, el instinto de vida también entra en la teoría de Melania Klein, la cual considera que la gratificación libidinal disminuye la ansiedad, en tanto que su frustración aumenta la agresividad y por lo tanto la ansiedad. También podemos comprobar, bajo la situación psicoanalítica, que cuando la frustración libidinal conduce a un estado intolerable, los propios impulsos destructivos entran también a formar parte del mismo deseo de la libido. De todos modos, acerca del instinto de muerte me extenderé más ampliamente el curso que viene cuando intente exponeros mis propios puntos de vista dentro de los conceptos psicoanalíticos.

Finalmente hoy, vamos a ocuparnos de le envidia, otro aspecto psicológico muy importante dentro de la psicología kleiniana.

Distingue Melania Klein entre envidia primaria y la envidia tardía. En la primera el objeto envidiado es el pecho de la madre, mientras que la segunda presupone el intento de ocupar el lugar de la madre con todas sus atribuciones. La envidia primaria se dirige al objeto parcial, mientra que la secundaria ya encaminada hacia la madre total. También distingue la Sra. Klein entre envidia, voracidad y celos.

Al ser percibido el pecho como la fuente del alimento, fuente de energía, tiene por ello el significado análogo al origen mismo de la vida. La perdida unidad prenatal y el sentimiento de seguridad, es lo que en parte restaura o alivia, la unión física y mental con el pecho gratificador. Sin embargo, y a pesar de lo buena que sea esta unión, es también siempre frustrador, porque nunca podrá restaurar la vieja y poco comprometida fusión. El deseo de percibir un pecho inagotable como posesión propia y recibir constantemente manifestaciones de amor, no tiene su origen exclusivo en la necesidad de alimentarse, porque también expresa otra necesidad; la necesidad de estar a salvaguardia de los impulsos destructivos que continuamente amenazan al bebé y sus objetos necesarios. El niño espera que el pecho, más tarde la madre, (posteriormente el psicoanalista) supriman estos impulsos destructivos cuyo acompañamiento, como ya hemos mencionado, es la ansiedad.

El pecho bueno es algo mucho más que comida, introyectado forma el núcleo del yo, confiriendo a éste esa capacidad para tener, disfrutar y agradecer que, a su ve, es el fundamente de la creencia en la bondad, la esperanza y la confianza. Pero parece que esta perspectiva imprescindible para la salud puede quedar arruinada por la envidia, la voracidad y los celos. La arruinan en la primera infancia, la siguen arruinando más tarde y hasta pueden arruinar el psicoanálisis en los sujetos en los que aparece la reacción terapéutica negativa.

La envidia es el sentimiento de enojo contra otra persona porque esta posee o goza de algo deseable. La respuesta del envidioso hacia esa persona es la de quitar o dañar el bien deseado. El fenómeno que es la envidia implica la relación del sujeto con una sola persona: la madre, y se suele remontar a la relación más temprana y exclusiva con ella. La voracidad es el impulso insaciable a vaciar, chupar y devorar el pecho, va mucho más allá que la simple necesidad biológica de alimentación, y también es un impulso que va más allá de las propias posibilidades del objeto así tratado. Su propósito es el de la introyección con destrucción. La envidia, no solo busca este robo, sino que además desea colocar en la madre la maldad, los excrementos y la parte mala de si mismo, con la finalidad de dañarla y destruirla, en último término, matar su capacidad creadora.

Melania Klein encuentra la diferencia fundamental entre ambos procesos en que la voracidad guarda una más estrecha relación con la introyección, mientras que la envidia, se relaciona más fácilmente con la proyección.

En estos dos procesos que son la envidia y la voracidad, se puede destacar el hecho de que se trata de relaciones duales. No ocurre lo mismo con los celos, pues si bien están basado en la envidia, exigen la presencia de por lo menos una tercera persona, la rival o los rivales.

El gravísimo inconveniente que ofrece la envidia es la de que impide la capacidad de gozar, puesto que la presencia de un buen objeto es causa de disgusto. Y es esta incapacidad para el goce lo que explica su tenaz persistencia, ya que solo a través del disfrute y de la gratitud y reconocimiento por los bienes recibidos se logra la presencia y formación progresiva de un yo saludable que sea capaz de mitigar los impulsos destructivos de la envidia y voracidad. Además de que, tanto la negación como la incertidumbre en torno a un buen pecho gratificante, como el propio sentimiento doloroso por el daño causado al objeto que tan primordialmente se necesita, tiene por efecto el aumentar aún más, la voracidad y la vengativa destructividad.

El aumento de la voracidad está propiciado por el sentimiento de vacío que causa la ausencia del bien (falta el bienestar) y ante la percepción de que a pesar de los sentimientos venenosos dirigidos hacia el pecho (más tarde hacia cualquier objeto de interés) éste sigue teniendo algo bueno. Por otra parte, va surgiendo creciente inseguridad en el propio yo, con la percepción de su incapacidad para gozar, y la capacidad, no menos dolorosa de destruir el objeto necesitado y bueno. Su juicio también es percibido como inseguro, por las razones anteriormente expuestas, por cuya razón son personas fácilmente influenciables ya que necesitan de manera desesperada de alguien que las salve de si mismas. Y esta es otra razón para sentirse mal; el comprobar la fragilidad de su propia existencia.

Por otra parte, la gratitud, fenómeno que en la actualidad parece estar bastante desvalorizado, ya que se le suele confundir con la dependencia y por otros motivos, exige, evidentemente el acto doloroso de reconocer que el bien está fuera, y que el bienestar solo se consigue en un acto de aceptación del mundo exterior.

La gratitud guarda estrecha relación con la generosidad, esa capacidad de poder compartir con otros los dones de que previamente se han sabido disfrutar. Por el contrario, el sentimiento de haber dañado y destruido menoscaba la confianza del individuo en sus propias posibilidades de futuras y buenas relaciones, haciéndole dudar de su capacidad para el amor y la bondad.

Melania Klein tiene muy presentes dos rasgos de carácter que atribuye, en su origen, a la dificultad para instaurar un buen objeto internalizado. Se trata, por una parte, del deseo de prestigio y poder muy vehementes; por la otra, de la necesidad de pacificar a los perseguidores a cualquier precio. En el primer caso, su deseo es la de convertirse en el mismo pecho y ser considerados mejores, mientras que en el segundo, lo que predomina es el desaliento y sobre todo la culpa.

Apuntes cedidos en su día por la Dra. Mª Luisa Herrero

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