Quienes conocimos a Isabel
Luzuriaga atesoramos el ejemplo de una mujer valiente, generosa y llena
de energía, de contacto directo y vibrante y cuya biografía tuvo
acontecimientos difíciles sobre los que tomó decisiones arriesgadas.
Llevaba dentro de sí el amor
por la naturaleza granítica y el olor a jara de la Sierra de Guadarrama
que actuaron como un imán para promover el regreso a la tierra en que
creció.
Isabel nos transmitió rigor
clínico y técnico, la importancia de una lectura atenta y cuidadosa de
los textos, el inconformismo con la suerte padecida por las palabras y
significados después de una traducción cualquiera y la necesidad de un
trabajo minucioso y fidedigno volviendo al texto original hasta lograr
otra más respetuosa con el original del autor.
Nos guió y acompañó por los
escritos de Bion, deteniéndose y haciéndonos detener ante oscuridades
que sólo revelaban su riqueza al atravesar frustantes penumbras de
asociaciones, después de lo cual aparecía lo insólito. Nos mostraba así
el valor de la capacidad negativa, transmitiéndonos el requisito de
estar también ante el texto sin memoria, deseo o comprensión. Pero
además enriquecia constantemente los seminarios con ejemplos clínicos,
después de los cuales los conceptos dudosos quedaban aclarados y
dispuestos para nuestro quehacer psicoanalítico.
Trabajó en análisis de niños y
adolescentes escribiendo "la inteligencia contra si misma: El niño que
no aprende" (1972) donde abordó la problemática del aprendizaje y del
desarrollo de la inteligencia desde la perspectiva de Bion, M. Klein, D.
Winnicott y Freud, dirigida no solo a los psicoanalistas sino también a
pedagogos, pediatras, maestros y padres, rindiendo así tributo a alas
inquietudes tanto de su padre, Lorezo Luzuriaga como de su madres María
Luisa Navarro, especialista en educación de sordomudos, ambos
reconocidos pedagogos.
Anteriormente había publicado
"Función y disfunción de la inteligencia" (Revista de la APA), "La lucha
contra la interpretación" (Rev. APA), "El niño y sus juegos" (Rev. APA)
y "Pensando en voz alta sobre la técnica analítica" (Rev. APM 2006).
Isabel era mucha mujer.
Sincera y apasionada en todo, le encantaba la música, la literatura, la
arquitectura, Machado, Mozart, la España republicana... Su cultura y su
gran vitalidad la llevaron hasta rincones perdidos en la geografía
europea para conocer personalmente a escritores que admiraba o hasta la
primera línea del frente en un conflicto bélico.
Y además, disfrutaba de la
vida. Había viajado mucho y vivía intensamente tanto lo artístico como
el valor de las pequeñas cosas, compartiéndolas generosamente con
quienes la acompañábamos en los tiempos libres de los congresos, donde
uno se encontraba guiado por ella, en la mejor heladería y con la vista
más privilegiada de Turín o en un restaurante clásico de Londres donde
desde siempre se servía una de las mejores carnes asadas de la ciudad.
Tuvo proyectos hasta el último
momento de su vida pues hace escasamente un mes dijo a su hija que
ojalá tuviera fuerzas para escribir algo sobre la vejez.
Cedió la biblioteca de su
padre, el prestigioso pedagogo Lorenzo Luzuriaga a la Fundación Giner de
los Ríos y a la Institución libre de Enseñanza y la correspondencia con
Ortega y Gasset a la Fundación del mismo nombre. Quiso entrañablemente a
su familia.
Entre sus papeles existia un mensaje dirigido a sus hijos, Maruja y Miguel para ser leído después de su muerte donde les decía:
"¡Ánimo, no es pá tanto!"
Descanse en paz.
Pedro Gil Corbacho
http://www.apmadrid.org/obituario-de-isabel-luzuriaga