(Una aportación desde la perspectiva
de la psicología analítica)
El momento donde la duración del día y la
noche prácticamente coinciden sin dominar una sobre otra: equilibrio entre
tiempo de luz y tiempo de oscuridad, es cuando se inaugura el
equinoccio de primavera. Ese
día, este año, de dos mil quince será
viernes: ¡día de Venus y diosa del Amor!, y oficialmente según los astrónomos,
habremos entrado en una nueva primavera el 20 de marzo a las 23h 45m; primavera
algo adelantada sobre el clásico 21 de marzo y precedida, este año, por un
eclipse total de sol.
Nos comentarán repetidamente el hecho en la
sección de meteorología de los telediarios y noticias del día, no mucho más.
Antaño, toda situación que suponía una transición, fuera de la estación que
marcaba las actividades y la vida de la colectividad (siembra, recolecta del
grano, vendimia…), o de una etapa de vida a otra (nacimiento, adolescencia,
muerte…) eran bien definidas y marcadas por rituales concretos. Hoy en día
seguimos repitiendo ritos de forma automática, pero la mayoría han perdido su
gran fuerza transformadora pues están desvinculados de su sentido profundo.
Flora o la Primavera derramando flores
sobre el campo. Fresco romano datado en la primera mitad del siglo I. Museo
Arqueológico Nacional, Nápoles (Italia)
Rememorar
el pasaje del invierno a la primavera, a través del acto ancestral de los
ritos, tratando de establecer un puente entre el fenómeno natural biológico,
que vemos en la realidad externa, y el psicológico espiritual, de la interna;
ello nos puede ayudar a encontrar pistas, reconectarnos y aproximarnos al sentido del misterio que renueva y vivifica
esta estación en nuestra naturaleza interna. Esa naturaleza inconsciente que
nos construye y nos habita dentro, y que participa de los fenómenos naturales
pues somos también naturaleza.
Desde
siglos, en las culturas más diversas de la tierra, el ser humano ha generado
ritos. Forman parte del legado cultural
y espiritual de nuestros antepasados. La llegada de la primavera es un hecho
celebrado en ceremonias rituales tratando de invocar la fertilidad de la
tierra, la prosperidad, el bienestar de la colectividad y los más genuinos
están vinculados a la experiencia de muerte y resurrección. Me centraré en
algunos ritos de nuestra cultura, pero mencionar a modo de ejemplo que “la
Fiesta de la Primavera” del año nuevo chino, es el acontecimiento familiar más
importante. Nos remontamos a la dinastía Shang, (1600 a. C.) cuando hacían y hacen ofrendas a las divinidades del cielo y la tierra, y a los antepasados.
En
esencia todo rito simboliza y reproduce “algo” vinculado a lo esencialmente
humano. Nos hace contactar con lo que no podemos entender a través de la razón,
ni penetrar con el intelecto. Los ritos cumplen la tarea de facilitarnos una
comprehensión emocional y experiencial de lo eternamente humano; y por tanto,
de ayudarnos en la vida. Los rituales tienen el efecto de transformación o
renovación, están ligados a la acción y repetición de “una liturgia concreta”
pues son un conjunto de acciones,
gestos, palabras, sonidos… que se realizan de forma sistemática. Repetir
de forma autómata, o perder la conexión
emocional con el rito es desconectarnos del sentido profundo del misterio y la
verdadera transformación que se da en el interior del ser humano mediante la
participación vivencial del ritual.
Los rituales
más conocidos vinculados a la primavera, están conectados a la vegetación y más
concretamente a los ritos de renovación que tienen como símbolo un grano de
cereal (trigo, maíz, mijo, arroz…dependiendo de cada cultura), o un árbol al se
le pone por nombre: Mayo. Tanto el grano, como el árbol/Mayo portan el valor de
ser una representación simbólica. En el grano/cereal, del arquetipo de la diosa
madre en su función materno-nutricia y dadora. El del árbol Mayo, representando
la síntesis de la fuerza generatriz que deviene ser único y renovado en cada
ciclo.
Señala Mircea Eliade: “el árbol está cargado de fuerzas sagradas porque es vertical, porque
crece, pierde las hojas pero las recobra, es decir se regenera y resucita” Existe
pues una profunda coincidencia entre el crecimiento del árbol y el crecimiento
del hombre. Hoy sigue existiendo el ritual o gesto simbólico de plantar un
árbol cuando nace un bebé vinculando así la vida y el devenir de ambos. Si
ampliamos el simbolismo del árbol con las aportaciones del genial psiquiatra
Dr. C. G. Jung, en su artículo sobre “la
historia e interpretación del símbolo del árbol”, señala que su simbolismo
está vinculado: a la vida, al crecimiento de abajo hacia arriba y a la inversa,
al despliegue de la forma en el aspecto físico y espiritual, al desarrollo.
Además en su aspecto maternal el árbol: da protección, sombra, techo, frutos
para alimentar, por tanto no solo representa el desarrollo vital sino también
es fuente de vida, de fortaleza, de duración y permanencia, de arraigamiento. Emblema de personalidad, y
finalmente de muerte y renacimiento.
El ritual del
“palo del mayo”, invoca y agradece esta fuerza generatriz. Ocasión de reunión
festiva, popular, suele terminar con una danza alrededor del “mayo”. Este
ritual, con variantes, está extendido en toda Europa y se mantiene en
diferentes localidades de España. La fiesta del 1 de mayo, desde hace 58 años
el día del trabajo, es una reminiscencia del mito de la regeneración y el
mejoramiento del bienestar colectivo.
Si ahora
observamos el “libro de la naturaleza”, vemos, sentimos, olemos y
experimentamos cada año que árboles, vegetación, paisaje vivo, expresan la vida
inagotable. La primavera es una experiencia universal de “renacimiento y
resurrección” de la vida en la naturaleza y por tanto hemos hecho evidentes
conexiones con la vida humana. Este equinoccio nos conecta con las fuerzas
creadoras recobrando su vigor inicial: ¡todo vuelve a empezar con renovada
fuerza y belleza!… bien es cierto que esa eclosión es efímera pero deja la
semilla del potencial fruto. En esencia la primavera “encarna” el arquetipo del
renacimiento y la vivencia de la transformación, éste puede abrirnos la puerta
a la experiencia de la trascendencia de la vida de una forma compartida.
Rememorando
algunos rituales de nuestra cultura occidental, acercarnos a los ritos mistéricos de Eleusis en la antigua Grecia.
Rituales consagrados a la diosa madre Deméter y a su hija Perséfone o Koré.
Madre/hija, mujer madura/doncella, raptada por el dios Hades y llevada a las
entrañas del Averno, donde después de que Deméter, la madre, penara, implorara,
buscara, se desesperara de dolor dejando yerma y reseca la tierra entera; tras
muchos avatares y mediaciones de otros dioses del Olimpo, Zeus impone a Hades
el rescate de Perséfone. Ella resurgirá de las entrañas de la tierra y la vida
florecerá a su paso, pero, al haber aceptado libremente comer unos sabrosos y
dulces granos de granada ofrecidos por Hades, quedará irremediablemente
vinculada al dios del Averno y su destino. Parte de su vida la pasará como
diosa de las profundidades en compañía de Hades y la otra resurgirá portando
vida renovada a la faz de la tierra y acudirá junto a su madre Deméter para
perpetuar los rituales mistéricos eleusinos. Ritos que en esencia portaban el
sentido de la transformación y la vivencia del renacimiento.
Relieve de los misterios eleusinos. Deméter, el joven iniciado Triptolemo y
Perséfone. En Museo Arqueológico de Atenas. Pieza del siglo V a.C.
Es muy
común que en el norte de Europa “la Madre del Grano” y “de la Muchacha”, sean representaciones
del grano del año pasado y del nuevo año. Simbólicamente el grano nuevo-
Muchacha de este año-, será la Madre del año siguiente... Deméter/Perséfone aporta
no sólo su asociación con los ciclos del grano, sino con el mundo de los
muertos. Los iniciados experimentaban con los ritos mistéricos la
esencia de la existencia humana y el sentido de la vida y la muerte. Participar
en los Misterios era una radical experiencia de transformación del alma del
iniciado. Lo ilustran testimonios de insignes iniciados:
Píndaro
dice: “bendito es aquel que, habiendo
visto estos ritos, toma el camino bajo la tierra. Conoce el final de la vida, así
como su divino comienzo”
Cicerón
revela: “no sólo hemos encontrado ahí la
razón para vivir más alegremente sino también que podemos morir con mayor
esperanza”
El rito se realiza con fórmulas muy distintas pero todas
esas fórmulas expresan una verdad: la vegetación es la manifestación de la
realidad viviente de la vida que se regenera periódicamente. La vegetación
encarna, o significa, o participa de la “realidad” que se hace vida, que crea
incesantemente, que se regenera manifestándose en un sinnúmero de formas sin
agotarse jamás. El ritual confiere una significación a la aparición de la
primavera; son el simbolismo y el ritual experimentados con verdadera
implicación, los que hacen patente y nos recuerdan la regeneración de la
naturaleza, externa e interna; el comienzo de una “vida nueva”, es decir, la
repetición periódica de una nueva creación: la del ser único que somos.
El rito cristiano de la misa
participa de esta experiencia de muerte y resurrección y de la experiencia de
transcendencia de la vida. En Formaciones
de lo Inconsciente, Jung señala: “la
vivencia de la misa es por tanto una simpatía con una trascendencia, que vence
todas las barreras de espacio y tiempo. Es un momento de eternidad en el
tiempo”
Los ritos
ligados a lo eternamente humano, vinculan y encauzan emociones. Expresan, en
una acción compartida y directa, la necesidad de renovación de los procesos psíquicos del inconsciente
colectivo: comunes a toda la humanidad, procesos que nos hermanan.
Finalizar con una valiosa reflexión de nuestro editor que resume magistralmente la tarea de renovación
de cada “primavera interna” para vivir con plenitud y sentido la vida: “El anciano debe superar la amargura; el maduro, la frustración; el
joven, la ira; el adolescente, el arrebato; el niño, la inconsciencia... y
todos ellos, el miedo” José María Gutiérrez de la
Torre
Elisa Sanz Oleo