Toda mujer desnuda
encarna la Naturaleza, la prakrti. Por tanto habría que mirarla con la misma admiración
y el mismo desapego que al considerar el secreto insondable de la Naturaleza,
su capacidad ilimitada de creación. La desnudez ritual de la yoguini tiene un
valor místico intrínseco: si ante la mujer desnuda no se descubre en su ser más
profundo la misma emoción terrorífica que se siente ante la revelación del
misterio cósmico, es que no hay rito, sino un acto profano, con todas las
consecuencias conocidas (reforzamiento de la cadena kármica, etc.). La segunda
etapa consiste en la transformación de la mujer-prakrti en encarnación de la
shakti: la compañera del rito se convierte en una diosa, de la misma manera que
el yogui debe encarnar al dios. La iconografía tántrica de las parejas divinas
(en tibetano: yab-yam, padre-madre), de las innumerables “formas” de budas
abrazados por su shakti, constituye el modelo ejemplar del ceremonial sexual
(maithuna). Se advierte la inmovilidad del dios: toda la acción está del lado
de la shakti (en el contexto yóguico, el espíritu estático contempla la
actividad creadora de la prakrti). O, en el tantrismo, la inmovilidad realizada
conjuntamente sobre los tres planos del “movimiento” —pensamiento, respiración,
emisión seminal— constituye el objetivo supremo. Aquí todavía se trata de
imitar un modelo divino: el Buda, o Shiva, el espíritu puro, inmóvil y sereno
en medio del juego cósmico.
El maithuna sirve, en primer lugar, para dar ritmo a la
respiración y facilitar la concentración: es pues un sustituyo del pranayama y
del dharana, o más bien su “apoyo”. La yoguini es una joven instruida por el
gurú y por tanto su cuerpo está consagrado. La unión sexual se transforma en un
ritual mediante el que la pareja humana se convierte en divina. El pranayama y
el dharana no constituyen más que los medios por los que, durante el maithuna,
se logra la “inmovilidad” y la supresión del pensamiento, la “suprema gran
felicidad” (paramamahasukha) de los doha-kosa: es samarasa (Shahidullah traduce
ese término por “identidad de goce”; se trata más bien de una “unidad de
emoción”, y más exactamente de la experiencia paradójica, inexpresable, del
descubrimiento de la Unidad). “Psicológicamente”, el samarasa se obtiene,
durante el maithuna, cuando el semen (shukra) y el rajas de las mujeres
permanecen inmóviles. Los textos insisten mucho en la idea de que el maithuna
es ante todo una integración de los principios. «La verdadera unión sexual es
la unión de la prashakti (kundalini) con el atman; las otras no representan más
que relaciones carnales con las mujeres» (Kularnava-tantra, V, 111-112). El
Kalivilasa-tantra (capítulo X-XI) expone el ritual, pero precisa que debe
realizarse únicamente con una esposa iniciada (parastri).
Los
tántricos se dividen en dos clases: los samayin, que creen en la identidad de
Shiva y Shakti y que se esfuerzan por despertar la kundalini mediante
ejercicios espirituales; y los kaula, que veneran a la Kaulini (“kundalini”) y
que se entregan a rituales concretos. Esta distinción es sin duda exacta, pero
no siempre resulta fácil precisar hasta qué punto un ritual debe ser
comprendido literalmente. En muchas ocasiones el lenguaje tosco y brutal se
utiliza como una trampa por los no iniciados. Un texto célebre, el
Shaktisangama-tantra, consagrado casi por entero al satcakrabheda (“la
penetración de los seis cakra”), utiliza un vocabulario extremadamente
“concreto” para describir ejercicios espirituales. No se insistirá nunca
demasiado acerca de la ambigüedad del vocabulario erótico en la literatura
tántrica. La ascensión de la diosa a través del cuerpo del yogui suele
compararse a la danza de la “lavandera” (Dombi). Con «la Dombi en su nuca», el
yogui «pasa la noche en gran beatitud».
Eso no
impide que el maithuna también se practique como ritual concreto. Por el hecho
mismo de que deja de tratarse de un acto profano, para convenirse en rito, y de
que los miembros de la pareja dejan de ser seres humanos para pasar a estar
“desapegados” como los dioses, la unión sexual no pertenece ya al nivel
kármico. Los textos tántricos suelen repetir el siguiente adagio: «Por los
mismos actos que hacen arder a ciertos hombres en el infierno durante millones
de años, el yogui obtiene su salud eterna» (véanse los textos en nuestro libro
Le yoga. Immortalité el liberté, Payot, 1954, págs. 264, 395). Es, como se
sabe, el fundamento mismo del yoga expuesto por Krishna en la Bhagavad-gita:
«Quien no se pierde en el egoísmo, cuya inteligencia no está alterada, al matar
a todas las criaturas, no mata, y no se carga con cadena alguna» (XVIII, 17).
En la Brhadaranyaka-upanishad (V, 14, 8) ya se afirmaba: «Quien así lo sabe,
pese a cualquier pecado que parezca cometer, todo lo devora y es puro, limpio,
sin envejecer, inmortal».
EROTISMO MISTICO DE LA INDIA en PDF
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