En el artículo Hillman distingue con lucidez la infancia y
los niños "de hecho" de la fantasía arquetipal de la figura del niño,
la cual configura nuestras apreciaciones, nuestras conductas y nuestras
ilusiones, personales y colectivas.
Como eterno defensor
del Puer ante la rígida escolástica junguiana, Hillman no deja de asociar al
Puer el poder de la imaginación, la futuridad, el vuelo y la chispa, pero
también la vulnerabilidad y la fragilidad. Siguiendo el lema de “donde está la
vulnerabilidad está el alma”, Hillman insiste en la figura del niño (el niño
siempre abandonado, el niño que no crece) como portador de la dimensión anímica
y defensor de toda rebeldía ante la imposición de una moral, un sistema, un
objetivo literalizado o una supuesta “meta de crecimiento”: el arquetipo del
niño no crece. La aspiración a hacer crecer al niño es uno de los modos más
penosos de abandono.
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